viernes, 2 de julio de 2010

Ganadora del 2 Concurso de Relato del Hotel Pamplona Villava

Ya tenemos ganadora del 2 Concurso de Relato Corto del Hotel Pamplona Villava:

ANA MARÍA OSES!!!
con el relato "Mis queridos detalles a veces olvidados en un rincón"

Muchas gracias por participar y enhorabuena!

MIS QUERIDOS DETALLES A VECES OLVIDADOS
EN UN RINCÓN


Es curiosa la actitud caprichosa de la memoria y de lo precisos que pueden ser los recuerdos sobre los pequeños detalles, aquellos que al ser evocados irreflexivamente hacen surgir un esbozo de sonrisa en la comisura de los labios y un suspiro de añoranza de viajes improvisados y aventuras de ritmo tranquilo por paisajes no siempre idílicos, pero seguramente irrepetibles.

La pose era bastante cómoda, recostada en el sofá, sobre varios cojines de rayas multicolor, a una distancia corta de la mesa baja del salón, donde esperaba mi taza preferida -la que tiene un estampado de piel de vaca frisona- con un recién puesto café con hielos, bien fresquito, para aliviar el calor tan típico de las tardes de verano. Estaba practicando un ágil, de acostumbrado, cambio de canal para escudriñar el panorama vespertino de los programas de televisión. La imagen de una archifamosa del rosa chicle ocupaba casi toda la pantalla, con su actitud chulesca de siempre y sus respuestas chillonas a preguntas de cotillas profesionales con alcachofa de por medio.

Ahora que rememoro aquel instante de inspiración, ni tan siquiera recuerdo las declaraciones concretas de las que presumía la famosilla de voz estridente… Por algo digo que la memoria es caprichosa, ya que tan sólo recuerdo haberme fijado, casi por puro azar, en un fragmento de la pantalla, aquel en el que se veía parcialmente la entrada de un hotel, con su lustroso rótulo de letras metálicas justo encima de la puerta principal.

Lo reconocí al instante, era el hotel en el que había estado alojada durante una Semana Santa, hacía unos siete años. Me había apuntado con entusiasmo a pasar unas prometedoras vacaciones románticas, que había planificado con extraordinaria meticulosidad mi pareja por aquel entonces, un compañero de Universidad, con el que salía hacía tan sólo tres meses.

Las cenas con velas, champán y rosas rojas estaban aseguradas casi por contrato prematrimonial, como le hubiera gustado decir a él; se le notaba mucho que iba para abogado -seguro que a estas alturas ya ha hecho uso de sus conocimientos de abogado matrimonialista para divorciarse por segunda o tercera vez, el muy pendón, que seguro que a su mujer le ha puesto la cornamenta, del mismo modo que me la puso a mí-. Recuerdos agridulces de ex-amantes aparte, el caso es que por un momento reviví intensamente, con la pantalla de famosa y puerta de hotel delante de mis ojos, los detalles más tiernos y cálidos que parecen haberse anclado plácidamente en mi memoria.

De golpe, improvisados, casi atolondrados, y cronológicamente desordenados. Así vinieron a mi mente las sensaciones y recuerdos que daba ya por perdidos hasta que ese vistazo inesperado me los devolvió intactos a mi retina mental.

Reviví la primera vez que mi cuerpo durmió semidesnudo en unas sábanas de seda; la piel, mi piel, se convirtió en un órgano sensorial fascinante y la palabra “retozar” cobró sentido al restregarme gustosa y alegremente sobre las sábanas de la cama recién abierta.

Al momento recordé otra fugaz travesura, que con el tiempo ya casi he convertido en costumbre conforme he ido visitando habitaciones de hotel. En aquella ocasión, nada más entrar en la habitación, vi frente a mi la puerta del baño y no pude resistirme a la tentación de husmear por todos los rincones, abriendo todo tipo de envoltorios en un frenesí inútil por estrenar aquel pequeño ajuar de bienvenida hotelera: el del jabón de manos, el del gel de ducha, el del champú, el de la colonia, el de la esponja, el del vaso de los enjuagues de boca…Los abría, los olía, vertía los líquidos en las yemas de mis dedos para notar su tacto… Sentí una extraña y refrescante sensación de limpieza, de estreno impoluto, que sólo he conseguido tener en las habitaciones de hotel, y que en aquella ocasión fue un tanto especial porque todos los productos venían en cestitas, una rosa con productos para mí, y otra de color azul para él, con lociones de afeitado y demás bártulos de aseo masculino.

Al recordar aquella coqueta cesta rosa di un respingo en el sofá y no tardé ni dos segundos en subirme en una silla para acceder a la parte alta del armario del salón, donde guardaba algunos álbumes de fotos, juegos de mesa, un par de viejos trofeos de jugar al mus y, algunos objetos sin sentido, más bien pequeñas joyas hechas de recuerdos y regalos especiales que se van acumulando en ese pequeño rincón del armario, a modo de baúl de los tesoros escondidos, al que sólo se accede por medio de un mapa mental de recuerdos imborrables. Era el momento de desempolvar recuerdos, por mero placer, por sentir una vez más que la vida tiene sentido, que se puede ser feliz tal y como lo demuestran los momentos hermosos que han ido surgiendo por el camino.

Comencé por sacar la cestita rosa, seguí por el llavero con forma de elefante de cuando estuve visitando el zoo, varias entradas de conciertos de grupos que ya no existen, una bolsa llena de canicas de todos los colores…



FIN