sábado, 25 de junio de 2011

Relato de hoy, anímate a comentarlo!

Un Hombre Cualquiera

Sofía a sus cuarenta años con gran carisma y manos toscas, sabiendo que no tenía mucho dinero, solía ir a bares costosos a donde salía siempre con el mismo vestido que algún día un hombre al que frecuentaba le regalo, y donde compraba un coctel y lo sostenía junto a ella toda la noche de ser necesario hasta que algún caballero le ofreciera otro.

Aquel señor parecía diferente a los anteriores sujetos, no sería difícil saber su verdadera personalidad. Con algo de maldad y buscando un poco de emoción antes de regresar aquella noche a casa, decidió acompañar al hombre con cuatro cocteles más. Él era increíblemente versado al hablar y mantenía una mirada determinante cuando se dirigía a ella.

Después de un par de semanas ella sabía que cualquier promesa y cualquier petición serian aceptadas por él. Seré tuya hasta hoy si así lo quieres -le dijo en el último encuentro-. Ella no quería su dinero, sino su aceptación. Se retiró teniendo certeza de que la buscaría, y así fue. En el mismo bar, el hombre la admiraba, pero no siempre salía con ella, la juzgaba con la mirada, a veces la odiaba. Así continuó ella buscándolo y su paciencia jamás se agotó.

Finalmente la ley natural se encontró con el desorbitarte deseo, ella creó un mundo a su alrededor que la convirtió en víctima y en victimaria.Jamás se han separado desde entonces, el la ama y la desea con inmortal pasión, le hace el amor de formas que ella jamás se acordara de otros hombres. Ella vive con él, lo hace feliz, lo escogió para darle todo lo que de ella quedaba, luego murió.

viernes, 24 de junio de 2011

Relato de hoy, anímate a comentarlo!

Manhattan con aceituna

Siempre soy el final, el punto y seguido o el punto y aparte de todas las historias. El sabor que queda cuando no queda nada, los restos de un naufragio.
Han puesto música.
Ella está sonriendo mientras se acaricia el pelo. Es curioso como todas siguen los mismos pasos, es curiosa la coreografía del deseo.

Él sonríe. Toma un vaso de la estantería, uno de cristal azul con un labrado de hojas, uno de esos vasos con los que juegan los niños a mirar a través, uno de esos con que se puede colorear un instante, detenerlo y dibujarlo.

Ella está pensando en una ausencia, lo sé, he visto esa cara muchas veces. Aún se enrosca el pelo, pero los ojos vuelan sobre la cabeza de él, parecen atravesarlo y resbalar por las botellas, chocar contra el vidrio y al final naufragar en el borde de la copa que él prepara. Ahora añade el hielo. Lo ha picado en una de esas máquinas que acaso le regaló una ex amante. Hacen demasiado ruido. El hielo fragmentándose en cientos de pequeñas aristas, los ojos de ella helándose las pestañas, el frío componiendo su sinfonía sobre el pecho.

Lo piensa aún, todavía lo recuerda, lo hace al mirar las manos de otros, lo hace en este instante cuando él corta el limón en rodajas finas y el zumo sangra sobre la tabla y escuece los bordes de la herida.

Él la está mirando, creo que por fin ha adivinado la nostalgia. La toma de la mano, acaricia como en un temblor la punta de sus dedos. Vuelven los ojos, la boca entreabierta queriendo sorber el aire caliente que exhala el otro. Sonríen, otra vez sonríen.

Vuelve al trabajo. “Whisky, vermut, limón...” lo ha leído esta misma tarde en aquel libro viejo con las tapas mojadas y descoloridas. Sin embrago no está seguro. Toma la coctelera y añade los ingredientes uno a uno mientras ellas se detiene a observar el proceso. Ya no son tan jóvenes y sin embargo hoy quieren creer que lo fueron. Él tiene una cuidada barba de dos días, ella unos tacones infinitos sobre los que realiza exquisitos equilibrios. Y ambos los labios mojados, la ilusión recién inaugurada. No consigue recordar y le suplica a ella que busque en el libro. Al tomar el libro de recetas aparece una foto de ambos…Ella de blanco, sin sonrisa y con velo. Él con la corbata anudada en la garganta y la lengua seca. Octubre de 1977. Amarillea en los bordes la imagen y sobre la mesa. La toma y ríe, esta vez con una carcajada seca. Se acerca a él que también se ríe mientras vierte el resto de la mezcla en el vaso. Se abrazan. Él me toma entre los dedos y me deja hundirme en el fondo de la copa.

Ella apurará la bebida y después me tomará entre los dientes, y él la besará largamente, como en una película en blanco y negro, como Bogart al terminar su Manhattan. “Y sin embargo te quiero” susurra la canción.

Punto y seguido. He dicho.

jueves, 23 de junio de 2011

Relato de hoy, anímate a comentarlo!

EN LA PRÓXIMA TORMENTA

Despertó empapado en sudor. Como siempre que la primavera daba paso al verano. No recordaba si esta vez se debía a una pesadilla o al agobiante calor que formaba parte de esas noches de finales de junio. Por la ventana entreabierta no entraba más que la tenue luz de una luna llena más pequeña de lo habitual. Ni un simple soplo de brisa, ni una pizca de viento que presagiara la tormenta que el conserje le anunció, sin temor a equivocarse, que iba a producirse ese viernes.

Se incorporó levemente, encendió la lámpara que tenía junto a la cama y cogió el libro que estaba leyendo hacía no más de media hora. Lo abrió por la página marcada y se adentró en su mundo, ajeno a la realidad, acompañado por los personajes e historias que éste contenía. Sin remisión, se sumió otra vez en un sueño de fantasía.

Le sobresaltó el sonido de un terrible trueno que hizo temblar los cristales abiertos de los ventanales de su habitación. A éste le siguieron otros, junto a multitud de rayos que iluminaban la oscura noche, cubierta ya la luna por negras nubes y percibiéndose en el ambiente un frío temporal que agitaba las altas ramas de los chopos de alrededor. Empezó a llover con fuerza. Se levantó para cerrar la ventana, cuando de repente se apagaron todas las luces. Al instante, otro rayo cayó a pocos metros de la estancia.

El agua arreciaba, acompañada de unas bolas de granizo que aumentaban poco a poco su tamaño, cuando le pareció ver a alguien en la calle. Era una mujer. Intentaba apresurarse para hallar algún refugio. Empapada y sometida a la fuerza del temporal, apenas podía mantenerse en pie. La oscuridad la envolvía. Creyó verla tropezar cuando el relámpago alumbró la escena. Allí estaba ella. Tumbada en el suelo, magullada y perdida. Levantó la cabeza y miró hacia donde se encontraba él. Sus miradas se cruzaron, la de ella como pidiendo ayuda, la suya sintiendo lástima. Sin pensarlo, corrió hacia la calle. Debía auxiliar a aquella persona, quería hacerlo.

Abrió la puerta de la habitación y bajó a la carrera los cuatro pisos, sin esperar al ascensor. Al salir del hotel, la luna se abrió paso entre las nubes y enfocó con un pequeño haz la calle encharcada. No había nadie allí. La lluvia remitía levemente y no le importó inspeccionar las zonas de alrededor en busca de la anónima figura. Decepcionado, regresó por donde había caminado y entró en el bar del hotel. La luz tenue de las velas suplía temporalmente la carencia de electricidad. Pidió un bloody mary. Observó al camarero cómo lo preparaba. Desde que aquel barman le recomendara apaciguar las borracheras con este cóctel, siempre estaba dispuesto a combatir la resaca con dicha bebida. Eso sí, insistía en que prescindiera de la rama de apio y echara sólo dos gotas de tabasco. El camarero agitó los ingredientes y vertió la mezcla sobre el vaso perfectamente cubierto de hielo. Lo situó frente a él y esperó a que diera el primer sorbo. El rojo intenso del zumo de tomate invitaba a no demorarlo más. Le pareció exquisito y así se lo expresó. El hombre se retiró al otro extremo de la barra.

El segundo trago, más prolongado, le dejó el regusto del vodka atravesando por la garganta. Por suerte, estaba acostumbrado y no le afectó que tuviera el estómago vacío desde ya algunas horas. “¿Sabes de dónde procede el nombre de Bloody Mary?”. Se giró para ver a su interlocutor. Era una mujer de aspecto misterioso. La penumbra impedía apreciar su rostro y tan sólo pudo distinguir la figura sinuosa de un cuerpo bien trazado y sugerente. “No tengo ni idea”, acertó a responder.

“De María Tudor, que durante su reinado en Inglaterra mandó a la hoguera a todo el que se cruzara en su camino”, añadió ella.

“Interesante historia”, interrumpió.

“María la sanguinaria. Por eso el color rojo. De todas formas, no es más que una leyenda. Más real me parece la idea de que naciera en el Harrys Bar de París, allá por los años veinte”, dijo la dama, aún oculta por la penumbra.

“¿Y usted con cuál se queda?”, le inquirió.

“Me encanta París”, respondió mientras le arrebataba la copa y bebía de aquel cóctel.

“¿Puedo invitarle a uno?”, señaló con voz segura, mientras se imaginaba una velada romántica en un escenario cargado de nostalgia. “Por favor, camarero, dos bloody mary”.

Pero al girarse para desvelar al fin el secreto de aquel rostro comprobó su ausencia repentina. Cogió el papel abandonado en la barra y leyó:

“Volveré con la próxima tormenta, para que sepas que no estás solo. Podrás verme y podrás ayudarme, como querías hoy. Volveré con la próxima tormenta para que olvides por fin tus lamentaciones. Volveré con la próxima tormenta para que sepas que ese día me tendrás. Y yo a ti. Y te contaré la verdad del bloody mary. Y, juntos, beberemos el cóctel del amor eterno”.

Apuró la copa de un trago, respiró profundo y se dirigió a la habitación 417.

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miércoles, 22 de junio de 2011

Relato de hoy, anímate a comentarlo!

La cola del diablo

Quisiera que todos me escuchen, dijo Evaristo tras hacer tintinear la copa que segundos antes contenía el más delicioso champagne del restaurant. Había pronunciado las palabras con un suave tono de voz, pero a la vez severo, que hizo que los comensales invitados a su fiesta de cumpleaños número sesenta dirigieran las miradas hacia la mesa más cercana al escenario, es decir, la que él ocupaba.

Evaristo se había puesto de pie, dejando ver de cuerpo completo sus dos metros de altura, aquella estampa que tanto había intimidado a maleantes y criminales durante años. Aquel hombre, de semblante recio y justo, era respetado como un digno representante de la ley. Para algunos, era tan solo un tipo de pocas pulgas que había encontrado la profesión justa.

Las cinco palabras aún resonaban en los oídos de los presentes. Los ojos interrogadores iban y venían, de mesa en mesa, y la pregunta colectiva se elevaba como un fantasma que nadie podía ver, pero todos percibían. La duda, la intriga, iba ganando el lugar. Hasta el aire parecía contenido, casi en un rictus de letargo, quebrado por un rayo que nadie había visto caer.

Un cubierto rozando un plato rompió el silencio, y luego un par de carraspeos intentaron darle naturalidad al momento. Sin embargo allí estaba Evaristo, de pie ante su mesa, tras haber pedido la atención de todos. Los rostros reflejaban incertidumbre por lo que el gran hombre pudiera decir, podía leerse en los gestos angustiados, casi al borde del pánico.

Entonces, el hombre, allí parado, con la copa en la mano, dijo:

- Pueden estar tranquilos aquellos honrados, pero comiencen a temer los que se han desviado en sus acciones y tienen algo que esconder. Desde mañana, haré que la ley se cumpla y que la tierra tiemble bajo los pies de quiénes se rían de ella.

Hubo un silencio, casi espectral, de la misma magnitud de una bomba atómica. Luego, con una timidez que enraizaba el miedo latente, surgieron unos aplausos, dubitativos primero, que luego, casi en un reflejo de supervivencia, se convirtieron en una cascada de palmas.

Evaristo aguardó paciente que el ruido cesara, sin siquiera mover un ápice su cuerpo. Barrió con la vista la sala presente y se sirvió otra vez en la copa, pero siempre de pie. La levantó en señal de brindis.

- Y que se corra la voz. ¡Chin chin!

Los presentes apuraron a levantar sus copas, como si eso los hiciese cómplices de la ley, aventurados amigos de la honestidad. Hubo quienes derramaron el líquido y otros que notaron recién con la copa al aire que la misma estaba vacía.

Evaristo sonrió sin demostrarlo, saboreando el momento, el instante preciso en el que la verdad arrasó con el desfachatado disfraz de la hipocresía. No es difícil ver la cola del diablo bajo el traje de santo. Sobretodo si uno hace el esfuerzo por mirar y ver, como Evaristo, el tipo de pocas pulgas que era respetado como un duro de la ley.

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martes, 21 de junio de 2011

Relato Nº7 de nuestro concurso Historias sobre cócteles

te animamos a puntuarlo!

LA VIDA ES COMO UNA COCTELERA...
¿QUÉ CÓCTEL ERES TÚ?

El mundo se divide en dos clases de personas: las que, como Forrest Gump, dirían que… la vida es como una caja de bombones, nunca sabes cuál es el que te va a tocar; y aquellas otras que no dudarían en escoger el bombón a su gusto. Mientras unos navegan sin rumbo y sin saber a dónde les lleva el viento, otros deciden tomar el timón y hacer frente al destino.

Pero, ¿qué pasaría si la vida, en lugar de ser una caja de bombones, fuera una coctelera? En tal caso, lo mejor será dejar volar un poco la imaginación y ponernos en situación. Supongamos, pues, que cada cóctel representa un prototipo de persona y que cada ingrediente es un rasgo de carácter.

La base de todo combinado es la bebida alcohólica, la cual se podría perfectamente traducir en la personalidad que predomina. Pese a su sabor dominante, son en realidad el resto de ingredientes los que marcan la diferencia más importante entre un cóctel y otro. De esta manera, pueden darse infinidad de casos. Por ejemplo:

- Un simple chorro de MIEL puede endulzar, en determinados momentos y circunstancias de la vida, el fuerte carácter de una persona. Mientras tanto, el zumo de un LIMÓN puede agriar el buen talente de otra.

- Las briznas de algunas determinadas especias pueden cambiar por completo el sabor de una misma bebida. Pongamos por caso dos personas igualmente tímidas: una supera gran parte de su timidez gracias a su FUERZA DE VOLUNTAD (=canela) y la otra continúa viviendo retraída por culpa del MIEDO (=pimienta).

- Una flor puede perfumar cada sorbo con tal de camuflar el fuerte olor del alcohol, lo que representaría, por un lado, el carácter que mostramos y, por otro, el que verdaderamente reservamos para la intimidad.

En cuanto a la presentación de los cócteles conviene también hacer algunos matices. Las bebidas suaves, dulzonas, en ocasiones efervescentes y, además, presentadas en copas más delicadas suponen cierto grado de inocencia y delicadeza, lo cual denota una personalidad marcadamente más femenina. En cambio, los cócteles secos, fuertes y servidos en copas más comunes evocan una personalidad más varonil.

Llegados a este punto de la narración, cabría ahora proponer un experimento in situ. Si lo desean, aprovechen su estancia en el Hotel Pamplona Villava y siéntense cerca de la barra de la cafetería. A continuación, observen el aspecto y analicen los gestos que realizan los clientes que se acercan al camarero. Y, por último, procuren oír qué combinados piden. Con un poco de práctica y cierta habilidad, aprenderán a leer entre líneas porque, en este caso se trata únicamente de una bebida, pero mañana podría ser cualquier otra cosa. Si se fijan bien, los detalles y las elecciones que se toman en esta vida, aunque lo más habitual es que pasen desapercibidos, lo cierto es que suelen decir mucho de uno mismo.

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