viernes, 30 de julio de 2010

Relatos del 2 Concurso de Relato Corto

EL ULTIMO TRAYECTO


Agazapado en el fondo de una oscura y húmeda cueva, respiraba con dificultad. Tenía el músculo de una de las patas traseras desgarrado y chorros de sangre carmesí brotaban de la herida. Sabía que no tardarían mucho en encontrarlo si seguían el rastro de sangre que había ido dejando hasta llegar allí.
Su única oportunidad de sobrevivir residía en lograr sorprenderlos en la oscuridad de su refugio. Así, podría abrasarlos con su llama.
Intentó mantener la mente lúcida a la espera de sus perseguidores, pero irremediablemente los recuerdos acudían a él en tropel, nublando sus sentidos.

Lo primero que recordó fue su infancia en las grandes llanuras de la sabana. En aquella época él no era más que una cría indefensa, pero bajo la atenta mirada de su madre, la diosa de los cielos, consiguió aprender a cazar y a vivir por su propia cuenta.
Rápidamente abandonó el lugar que había sido su hogar. Parecía descabellado, ya que en él siempre abundaba la comida para quien, como los de su especie, atacase desde el aire.
Primero voló hasta Australia. Allí encontró lugares donde parecía que la tierra se había elevado hasta dejar al mar doblegado ante sus enormes precipicios. También disfrutó de las frondosas selvas plagadas de criaturas extrañas que huían a su paso. Tuvo que abandonar esos parajes al no encontrar alimento de su gusto.
Se dirigió hacia el noroeste, donde topó a unos temibles gigantes blancos obstruyéndole el paso. No obstante, al creerse la criatura más poderosa que poblaba la Tierra no temió enfrentarse a esos colosos.
Lo que él no sabía era que las níveas moles tenían la fuerza de las tormentas y las ventiscas. Tuvo que huir con su orgullo herido. Casualmente, en su huída, se topó con una manada migratoria. Normalmente, no solían viajar en grupo, pero cuando el viaje era largo preferían la fuerza de la unidad.
Cruzaron el océano Atlántico enfrentándose a las tormentas tropicales que azotaban sus aguas. Aunque fueran los dioses del cielo, no tenían la capacidad de volar por la tranquila y cálida capa de la estratosfera por su falta de oxígeno en ella.
Cuando tocaron tierra, cada uno marchó por su propio camino. Volvió a ser demasiado temerario esta vez también. Cuando llegó a la selva Amazónica no tomó precauciones y se durmió en el suelo. Su gruesa piel de escamas lo protegía de los molestos insectos y los demás animales no se acercaban a él por temor. Bueno, todos menos uno. Una gran y hambrienta anaconda intentó asfixiarlo, para más tarde devorarlo. Lo rodeó lentamente y cuando empezó a contraer su sinuoso cuerpo él se despertó. Gracias a su fuerte mandíbula y a sus afiladas garras consiguió zafarse de la serpiente tras una encarnizada batalla. Esta vez su orgullo herido murió y tuvo un ala lastimada durante unas cuantas semanas.
También huyó de esos parajes. Temía encontrarse con criaturas más fuertes que él. Temía volver a arriesgar su vida por vanidad o ignorancia.
Viajó lejos y conoció los climas fríos del norte de Europa. Descubrió que exponiéndose largo tiempo a temperaturas frías, su cuerpo necesitaba descansar más horas y recibir mayores cantidades de alimento, para compensar las escasas horas de sol y la pérdida de calor de su escamoso cuerpo de reptil. Sin embargo, pasado el invierno, pensó que quedarse un año más vagabundeando por aquellas tierras antes de marchar hacia el lugar de apareamiento sería una buena idea. Su madre le había contado que los de su especie viajaban cada primavera a las pirámides de Egipto y allí encontraban a su pareja. En un ancestral y dual vuelo alrededor de las grandes pirámides egipcias la pareja consolidaba su unión. Más tarde, la hembra viajaba hacia la sabana para criar a sus retoños. Rara vez permitían que el macho las acompañase. Eran meticulosas cuando de trataba de sus crías.

Al final, se había quedado atrapado a mitad de camino. No conseguiría llegar a ver una pirámide jamás. Podía oír los ladridos de los perros a los lejos.
Intentó despejar completamente la mente alejando de si esos recuerdos que ahora tan dolorosos le resultaban.
No tuvo que esperar demasiado hasta que oyó como los hambrientos perros entraban en la cueva siguiendo el olor de la sangre. Los humanos con cuernos en la cabeza venían tras ellos.
Respiró hondo y cuando sintió a los perros acercarse a él lanzó una llamarada al frente. Mientras dos perros ardían vivos, ayudado por la luz de las llamas alzó el vuelo evitando tomar impulso con la pierna herida y arrancó de un mordisco la cabeza a uno de los humanos. Enseguida, el resto de los bárbaros le cortaron el paso de salida. Lo apuntaban con sus lanzas y amenazaban con sus hachas. Furioso rugió y volvió a lanzar una llamarada, pero esa vez fue más suave que la anterior. Los humanos se percataron de ellos y empezaron a organizar el contraataque:

¡Derribarlo! –gritó el que parecía estar al mando- ¡Derribar al dragón!


Unos empezaron a hostigarlo con las lanzas mientras que otros le lanzaban redes o las mismas hachas a las alas para que cayese.

Estaba perdido. Había perdido demasiada sangre y ellos eran demasiados. No quería dejar de luchar, pero las fuerzas le fallaron y calló precipitadamente al rocoso suelo de la cueva. Unas cuantas redes cayeron encima de él y la fría punta de metal de una lanza atravesó su corazón en un certero golpe que terminó con el viajero y su viaje al cavo de unos minutos agónicos y extrañamente silenciosos.



FIN



Amagoia Azpiroz Arrese

miércoles, 28 de julio de 2010

Ensalada crujiente de trigo y manzanas

Ensalada crujiente de trigo y manzanas


Tipo de plato : Primer plato
N° de cubiertos : 6
Preparación : 20 ’
Cocción : 10 ’
Precio : Económica
Origen : Exótica
Dificultad : Fácil


Ingredientes de la receta:
2 manzanas Granny Smith o Fuji o Pink Lady
250g de trigo
1/2 pepino
150g de queso comté
75g de avellanas
1 racimo pequeño de uvas blancas
1/2 ramo de cebollino
5 ramas de perifollo
1 c sopera de vinagre de sidra
3 c sopera de aceite de oliva
sal y pimienta

Receta Ensalada crujiente de trigo y manzanas :

Echar el trigo en una cazuela de agua hirviendo con sal. Dejar cocer el tiempo indicado en el paquete y escurrir. Verter en un recipiente y dejar enfriar.

Cortar el pepino en dos, quitar las granas y cortar en dados pequeños.

Pelar las manzanas, cortarlas en cuartos, quitar el corazón y cortar en pequeños dados.

Cortar el queso en pequeños cubos. Cortar las uvas en dos. Triturar las avellanas.

Verter todos los ingredientes en el recipiente, sobre el trigo. Añadir el cebollino y el perifollo en trocitos.

En un bol, preparar la salsa mezclando el vinagre y el aceite. Añadir la sal y la pimienta y echar en la ensalada. Mezclar y poner a enfriar antes de servir.

enfemenino