sábado, 13 de junio de 2009

1er Concurso de relatos: El Hotel del Amor

EL HOTEL DEL AMOR

Estaba nerviosa. El autobús se acercaba a la parada en la cual tenía que bajar para dirigirme al hotel. Hacía mucho tiempo que no iba de viaje y menos sola. Cogí mi maleta del portaequipajes del vehículo y me dirigí hacia mi destino. Antes de partir, había buscado en el mapa el itinerario mas corto desde la estación hasta el hotel, porque sabía que mi andar sería lento debido a la flojera de mis piernas por la emoción contenida y para que engañarnos, por la edad física de mi cuerpo. Mientras recorría las calles acompañada del rugir de las ruedecitas de mi maleta, observaba parejas de adolescentes cogidos de la mano, recordando nostálgicamente tiempos pasados y maldiciendo la rapidez con la que la vida se consume sin poder hacer nada por impedirlo. Sin embargo, aquel día, estaba dispuesta a revivir mi juventud con el esperado encuentro con mi amante, al cual me dirigía en aquel lugar alejado de miradas conocidas y curiosas del pueblo que me vio nacer, crecer y probablemente me verá perecer algún día quizás no muy lejano. Memoraba tiempos pasados en que de reojo me miraba en los escaparates para asegurarme de que el vestido elegido era el correcto y mirar con orgullo mi esbelta silueta en el reflejo de sus cristales. Hacía ya años que no lo había vuelto hacer, pero hoy era un día especial y aprovechando un descanso que decidí tomarme en el camino, me observé atentamente en el improvisado espejo de una pastelería. Aunque era evidente que el paso del tiempo había hecho estragos en mi cuerpo, mis ojos seguían brillando como en tiempos pasados, y hacían justicia con la juvenil edad que albergaba mi espíritu. Retoqué mi vestuario que había comprado la semana pasada con motivo de la cita a la cual me dirigía y proseguí mi andanza, sabiendo que en la próxima esquina estaba mi destino. No sabía si mi amante habría llegado al encuentro o sería yo quien lo tuviera que esperar, pero eso poco importaba ya, porque no había marcha atrás. Estaba delante de las puertas del hotel y sin pensarlo entré dentro. Escudriñe el entorno, admirando la belleza del hall, armoniosamente decorado, y me dirigí a recepción. Una amable señorita me preguntó mi nombre y después de decírselo me entregó las llaves de una habitación, que según ella era la más romántica y lujosa que disponían. Esas palabras alteraron aun más mi estado de ánimo y sentí, con miedo, como el corazón se me aceleraba. Tomé el ascensor hacía la última planta, y con cada piso que subía, mi ansia por llegar aumentaba. Por fin las puertas se abrieron y tomé el único camino que había, el cual conducía a una puerta doble que insinuaba el lujo que guardaba en su interior. Acerqué la llave a la cerradura, acertando en el segundo intento, y las puertas se abrieron mostrándome la opulencia de su contenido. Recorrí cada rincón admirando todo aquello que me envolvía de aquella estancia a dos alturas, desde el jacuzzi situado en la parte más alta hasta el jarrón que contenía mis flores predilectas, doce rosas blancas. Tan ensimismada estaba contemplando todo aquello que resultaba nuevo para mí, que no me percaté que mi pareja de dormitorio había llegado, sobresaltándome cuando sus manos rodearon mi cintura y susurrándome en el oído me dijo: tan preciosa como hace cincuenta años. Me giré, buscando los labios de mi amante esposo y fiel compañero de la vida, y fundiéndonos en un apasionado beso, empezamos nuestra segunda luna de miel, celebrando nuestras bodas de plata, en aquel precioso hotel de aquel alejado lugar.

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Celia Pifarré Ribó
Lleida

1er Concurso de relatos: El vestibulo

EL VESTÍBULO


Amanecía cuando el recepcionista del turno de noche se frotó los ojos con fuerza. Volvió a abrirlos para comprobar que aquella mole que ocupaba media penumbra del vestíbulo era, efectivamente, una vaca. Una vaca de verdad. No una de esas pintarrajeadas que se exhiben en el centro de las ciudades para disfrute de adolescentes embriagados, sino una vaca, vaca. La fatiga mental del recepcionista despertó en forma de maldiciones contra su escasa fortuna, ahora que le faltaba tan poco para acabar el turno, al tiempo que lubricaba su engranaje de soluciones urgentes para situaciones imprevistas. Resolvió que lo mejor sería agarrar la vaca por los cuernos e intentar conducirla hacia la puerta. Pronto se dio cuenta de que no iba a ser tarea fácil. La vaca, sin oponer resistencia, tampoco parecía dispuesta a colaborar, de modo que el recepcionista alertó al escaso personal que se encontraba en el hotel a esas horas, con la esperanza de que los fornidos brazos de los cocineros pusieran fin a tan incómoda circunstancia. Y así, unos por los cuernos, otros por el rabo, unieron fuerzas para fracasar de nuevo.
Los primeros clientes que aparecieron camino de su desayuno no pudieron sino asistir atónitos al espectáculo, acudiendo algunos osados en auxilio del personal del hotel, y farfullando la mayoría incomprensibles palabras en alemán. Comenzaban a llegar los empleados del turno de mañana, alguno con el bostezo aún en las ojeras, y uno tras otro fueron añadiéndose a la desigual batalla que se libraba en el vestíbulo, pues la vaca, lejos de amilanarse, parecía cada vez más firme en su decisión de no moverse un centímetro. Esto provocó las primeras dudas en las filas locales, que se materializaron en forma de reproches mutuos acerca de la permisividad de algunos con la clientela y discusiones referentes a la política del hotel sobre animales de compañía, y cómo habéis dejado que este bicho entre aquí, y a ver qué hubieras hecho tú, listo, y a mí eso no me lo dices en la calle, y de no ser por la milagrosa intervención del director, que llegaba en ese momento, los mamporros hubiesen hecho acto de presencia.
El director, conocido por su don de gentes, logró calmar a sus empleados, a los clientes que se arremolinaban alrededor del suceso como si de un espectáculo de trileros se tratase, y a los alemanes que reclamaban airadamente su desayuno. Cuando los ánimos se apaciguaron, el director, tras ser informado de la causa de todo aquel revuelo, proclamó que si la expulsión de aquella vaca del vestíbulo traería consigo diferencias irreconciliables entre el personal, una imagen distorsionada de la profesionalidad de los empleados por parte de la clientela, y el desmayo por inanición de los alemanes, en definitiva, que si echar a la vaca era un problema, pues no la echaban y aquí no ha pasado nada.
Los cocineros volvieron a sus fogones seguidos a escasa distancia por los alemanes, el personal de limpieza regresó a sus fregonas y el recepcionista se fue a su casa. La vaca se quedó allí algunos días, hasta que una noche, sin previo aviso, desapareció. Nadie se queda en un hotel toda la vida.

Jorge Bueno Martin
Barcelona

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1er Concurso de relatos & Ilustración

A pesar de esta ola de calor que hace que todo se derrita a nuestro paso, aquí, dentro del hotel, seguimos pensando cosas para hacer (bueno, gracias también al aire acondicionado!).
Así que ahora hemos decidido convocar un concurso para ilustrar todos aquellos relatos que nos han llegado, y así, con todo el material, puede quedar una publicación bastante interesante. Esperamos sacar la convocatoria la semana que viene. Os mantendremos informados.
Que paséis un buen fin de semana!
Saludos!