sábado, 13 de junio de 2009

1er Concurso de relatos: El vestibulo

EL VESTÍBULO


Amanecía cuando el recepcionista del turno de noche se frotó los ojos con fuerza. Volvió a abrirlos para comprobar que aquella mole que ocupaba media penumbra del vestíbulo era, efectivamente, una vaca. Una vaca de verdad. No una de esas pintarrajeadas que se exhiben en el centro de las ciudades para disfrute de adolescentes embriagados, sino una vaca, vaca. La fatiga mental del recepcionista despertó en forma de maldiciones contra su escasa fortuna, ahora que le faltaba tan poco para acabar el turno, al tiempo que lubricaba su engranaje de soluciones urgentes para situaciones imprevistas. Resolvió que lo mejor sería agarrar la vaca por los cuernos e intentar conducirla hacia la puerta. Pronto se dio cuenta de que no iba a ser tarea fácil. La vaca, sin oponer resistencia, tampoco parecía dispuesta a colaborar, de modo que el recepcionista alertó al escaso personal que se encontraba en el hotel a esas horas, con la esperanza de que los fornidos brazos de los cocineros pusieran fin a tan incómoda circunstancia. Y así, unos por los cuernos, otros por el rabo, unieron fuerzas para fracasar de nuevo.
Los primeros clientes que aparecieron camino de su desayuno no pudieron sino asistir atónitos al espectáculo, acudiendo algunos osados en auxilio del personal del hotel, y farfullando la mayoría incomprensibles palabras en alemán. Comenzaban a llegar los empleados del turno de mañana, alguno con el bostezo aún en las ojeras, y uno tras otro fueron añadiéndose a la desigual batalla que se libraba en el vestíbulo, pues la vaca, lejos de amilanarse, parecía cada vez más firme en su decisión de no moverse un centímetro. Esto provocó las primeras dudas en las filas locales, que se materializaron en forma de reproches mutuos acerca de la permisividad de algunos con la clientela y discusiones referentes a la política del hotel sobre animales de compañía, y cómo habéis dejado que este bicho entre aquí, y a ver qué hubieras hecho tú, listo, y a mí eso no me lo dices en la calle, y de no ser por la milagrosa intervención del director, que llegaba en ese momento, los mamporros hubiesen hecho acto de presencia.
El director, conocido por su don de gentes, logró calmar a sus empleados, a los clientes que se arremolinaban alrededor del suceso como si de un espectáculo de trileros se tratase, y a los alemanes que reclamaban airadamente su desayuno. Cuando los ánimos se apaciguaron, el director, tras ser informado de la causa de todo aquel revuelo, proclamó que si la expulsión de aquella vaca del vestíbulo traería consigo diferencias irreconciliables entre el personal, una imagen distorsionada de la profesionalidad de los empleados por parte de la clientela, y el desmayo por inanición de los alemanes, en definitiva, que si echar a la vaca era un problema, pues no la echaban y aquí no ha pasado nada.
Los cocineros volvieron a sus fogones seguidos a escasa distancia por los alemanes, el personal de limpieza regresó a sus fregonas y el recepcionista se fue a su casa. La vaca se quedó allí algunos días, hasta que una noche, sin previo aviso, desapareció. Nadie se queda en un hotel toda la vida.

Jorge Bueno Martin
Barcelona

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