viernes, 24 de junio de 2011

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Manhattan con aceituna

Siempre soy el final, el punto y seguido o el punto y aparte de todas las historias. El sabor que queda cuando no queda nada, los restos de un naufragio.
Han puesto música.
Ella está sonriendo mientras se acaricia el pelo. Es curioso como todas siguen los mismos pasos, es curiosa la coreografía del deseo.

Él sonríe. Toma un vaso de la estantería, uno de cristal azul con un labrado de hojas, uno de esos vasos con los que juegan los niños a mirar a través, uno de esos con que se puede colorear un instante, detenerlo y dibujarlo.

Ella está pensando en una ausencia, lo sé, he visto esa cara muchas veces. Aún se enrosca el pelo, pero los ojos vuelan sobre la cabeza de él, parecen atravesarlo y resbalar por las botellas, chocar contra el vidrio y al final naufragar en el borde de la copa que él prepara. Ahora añade el hielo. Lo ha picado en una de esas máquinas que acaso le regaló una ex amante. Hacen demasiado ruido. El hielo fragmentándose en cientos de pequeñas aristas, los ojos de ella helándose las pestañas, el frío componiendo su sinfonía sobre el pecho.

Lo piensa aún, todavía lo recuerda, lo hace al mirar las manos de otros, lo hace en este instante cuando él corta el limón en rodajas finas y el zumo sangra sobre la tabla y escuece los bordes de la herida.

Él la está mirando, creo que por fin ha adivinado la nostalgia. La toma de la mano, acaricia como en un temblor la punta de sus dedos. Vuelven los ojos, la boca entreabierta queriendo sorber el aire caliente que exhala el otro. Sonríen, otra vez sonríen.

Vuelve al trabajo. “Whisky, vermut, limón...” lo ha leído esta misma tarde en aquel libro viejo con las tapas mojadas y descoloridas. Sin embrago no está seguro. Toma la coctelera y añade los ingredientes uno a uno mientras ellas se detiene a observar el proceso. Ya no son tan jóvenes y sin embargo hoy quieren creer que lo fueron. Él tiene una cuidada barba de dos días, ella unos tacones infinitos sobre los que realiza exquisitos equilibrios. Y ambos los labios mojados, la ilusión recién inaugurada. No consigue recordar y le suplica a ella que busque en el libro. Al tomar el libro de recetas aparece una foto de ambos…Ella de blanco, sin sonrisa y con velo. Él con la corbata anudada en la garganta y la lengua seca. Octubre de 1977. Amarillea en los bordes la imagen y sobre la mesa. La toma y ríe, esta vez con una carcajada seca. Se acerca a él que también se ríe mientras vierte el resto de la mezcla en el vaso. Se abrazan. Él me toma entre los dedos y me deja hundirme en el fondo de la copa.

Ella apurará la bebida y después me tomará entre los dientes, y él la besará largamente, como en una película en blanco y negro, como Bogart al terminar su Manhattan. “Y sin embargo te quiero” susurra la canción.

Punto y seguido. He dicho.

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