martes, 28 de junio de 2011

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EL POST-IT

En una pequeña mesa auxiliar colocada frente a la entrada de una de las discotecas de moda del momento se acumulaban una interminable fila de las más variopintas consumiciones. Algunos vasos contenían apenas un culín de alcohol, mientras que la inmensa mayoría aún conservaban una considerable cantidad de bebida, los había que hasta parecían intactos.

Aparentemente al azar y en completo desorden unas espumosas jarras de cerveza parecían codearse con los más exquisitos cócteles y las copas más caras y exóticas que este local de ocio ofrecía a su exigente clientela. Sus consumidores las habían depositado aquí en esta improvisada barra libre al verse obligados por la ley antitabaco a salir al exterior para poder disfrutar del tan ansiado pitillo junto a sus amigos. La idea era de retomar su copa una vez decidiesen volver a unirse al ritmo de las pistas de baile.

Los más jóvenes, sedientos de alcohol y juerga, apenas tardaban unos minutos en apurar el cigarro y recoger nuevamente su copa para regresar entre bailoteos y movimientos de cadera al bullicio de la fiesta. Otros, los más maduros y recatados, se tomaban esta salida forzosa con más parsimonia y disfrutaban de una charla intensa entre calada y calada. Y aunque sus copas semivacías parecían haber sido destinadas al olvido, éstas les esperaban pacientemente encima de la mesa con la certeza de que más pronto que tarde su dueño se acordaría de ellas y las rescataría de este forzado aburrimiento.

En medio de tanto vaso alto de color oscuro las finas y delicadas copas de los cócteles destacaban por su alegre colorido, la originalidad de sus adornos y los llamativos colores de su contenido de alta graduación alcohólica, eso sin mencionar los nombres tan extravagantes que todas estas bebidas lucían con orgullo y un punto de vanidad.

Entre todas ellas destacaba, como si de la reina de la noche se tratase, un Bloody Mary, y no precisamente por la intensidad de su color rojo fuego, debido al zumo de tomate con el que había sido preparado, sino por un llamativo post-it, que su dueño le había adherido al frágil cristal antes de depositarlo al lado del resto de bebidas, y en el que se leía con letras mayúsculas la siguiente advertencia:

NO BEBER.

HE ESCUPIDO DENTRO DE LA COPA.

Las vulgares jarras de cerveza y los cubatas más mediocres estuvieron un buen rato riéndose a costa de la desconfianza del propietario de aquel Bloody Mary, que deseaba en silencio que se le tragase la tierra abochornado por el mal rato que estaba pasando.

-Anda que a ese seguro que le han dejado más de una vez la copa vacía, a juzgar por las triquiñuelas que se gasta. –se mofó un grueso vaso cuyo único contenido eran dos tristes cubitos de hielo de color marrón que dejaban intuir cual había sido su contenido original.

-Desconfiado debe de ser un rato largo y tacaño también. –observó un vaso medio lleno de cerveza cuyos bordes estaban salpicados por la espuma. -No como yo que he pasado de boca en boca sin que nadie me hiciera ascos. Es lo bueno que tiene ser tan campechano y asequible a cualquier bolsillo, que cualquiera te comparte sin el menor reparo. Sin embargo vosotros, que sois tan exquisitos parecéis un tanto remilgados y os creéis las reinas de la barra. –les reprochó la cerveza a las copas de cócteles multicolor que tenía a su alrededor.

Pronto comenzó una acalorada discusión entre todas las bebidas en las que cada una de ellas ensalzaba sus cualidades y las comparaba con el carácter de las personas que la consumían. Algunas pensaban que se podía deducir fácilmente el perfil de cada consumidor analizando su bebida alcohólica predilecta. Si uno se decantaba por la cerveza de toda la vida, se podía decir que era una persona simple, sin demasiadas exigencias ni perspectivas en la vida, fácil de manejar, conformista y con una economía más bien precaria.

Según se iba encareciendo el precio del alcohol preferido se podía decir que la persona no solo tenía un nivel adquisitivo más elevado, sino que se trataba de alguien más exigente con su entorno y bastante menos coloquial que los amantes de la cerveza, solían ser perfeccionistas natos, y si se daba la oportunidad, unos auténticos cascarrabias.

La clientela que solía preferir los cócteles y aquellos tipos de bebidas más sofisticadas estaba compuesta, sin lugar a dudas, por personas de la clase alta que gozaban de gran poderío. Gente joven con un alto nivel de estudios y que dedicaban mucho tiempo y dinero a su apariencia física y su indumentaria. Este tipo de personas, conocidas como snobs, rara vez se mezclaban con aquellos que consideraban por debajo de su nivel y pese a sus riquezas no se les podía denominar como demasiado espléndidos. De ahí que el dueño de aquel desdichado Bloody Mary, que había acabado siendo el hazmerreír de la mesa, hubiese marcado su propiedad con tanto descaro.

En eso estaban las copas cuando se acercó un joven desgreñado, con vaqueros desteñidos y deshilachados quien tras estudiar detenidamente el post-it y echar una mirada furtiva a su alrededor agarró la delicada copa por el filo y se la llevó a los labios.

Del susto, un cóctel San Francisco, un clásico entre los cócteles, se atragantó con su rodaja de limón decorativa al contemplar la vulgaridad con la que aquel joven se bebió prácticamente todo el contenido del Bloody Mary de un solo trago dejando tan solo unas gotas rojas en el fondo de la copa.

La guinda de un Coco Loco, conocido por su mezcla altamente explosiva de ron, tequila y vodka, cayó sobresaltada hasta el fondo del vaso desde donde no le quitaba ojo a aquel muchacho con pinta de delincuente juvenil. Otras copas cuyos bordes estaban elegantemente adornados con azúcar glas sufrieron la pérdida de diminutos granos de este dulce que cayeron temblando de miedo al suelo. La mala facha de aquel jovenzuelo echaba su teoría por los suelos respecto a que se puede reconocer al consumidor por la bebida. Las conjeturas que acababan de sacar no encajaban con aquel, ya que parecía altamente improbable que aquel harapiento joven fuese el dueño del exquisito cóctel que acababa de degustar.

El chico, ajeno a todo el revuelo que había causado, tras relamerse ostentosamente los labios con la lengua y devolver la copa a la mesa, cuyo contenido había disminuido visiblemente, despegó cuidadosamente el post-it del cristal, hurgó en sus bolsillos hasta que extrajo de ellos un lápiz despuntado y mordisqueado para garabatear algo con mano temblorosa y poco habituada a la escritura debajo de la advertencia ya existente. Como resultado final se podían leer en el Post-it ahora r las siguientes palabras:

NO BEBER.

HE ESCUPIDO DENTRO DE LA COPA.

No pasa nada colega, la bebida seguía estando de rechupete.

Para tu información, me he tomado la libertad de imitarte para darle más sabor a tu cóctel.

Espero que el resultado sea de tu agrado.

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