domingo, 28 de marzo de 2010

CAfecedario de Baqué: G de Gabriel

G de Gabriel

SÁBADO, 8 DE OCTUBRE DE 1720. Hoy he embarcado en el puerto de Nantes en el espléndido navío conocido por Le Dromadaire. Parece fuerte y sólido y no sería de extrañar que, acompañándonos  los vientos FAVORABLES, ARRIBÁRAMOS A La Martinico antes de lo habitual. El capitán de Le Dromadaire me ha ofrecido su camarote dado mi rango a lo cual he rehusado no sin haberle agradecido su consideración. Antes bien he dejado claro que mi condición no debe entorpecer en absoluto su trabajo al mando de la nave. Además mi camarote me parece lo suficientemente cómodo como para afrontar el largo viaje. Comienzo este diario por tener algo en lo que ocuparme durante la larga travesía por el océano. Lo primero que hice tras embarcar fue ubicar mis dos plantones de café en el lugar más adecuado posible. Gracias a la ayuda de Onsieur Chirac diseñé un pequeño cajón acristalado que hice construir a unos carpinteros de aquí mismo. Espero que sea suficiente para resguardarlos del viento de la mar y del frío de la noche. La ubicación de los cajones no fue tarea fácil pues bien colocaba los plantones en un sitio al punto encontraba el riesgo de un cabo suelto o un marinero faenando. Por fin el contramaestre pudo atender mi solicitud de ayuda y con el permiso del capitán ubicamos nuestras débiles plantas en el mismísimo puente de mando. Mis pequeñas pasarán el día en el puente y por la noche serán bajadas a mi camarote donde, bajo llave, podré dormir tranquilo. Zarparemos mañana y deseo llevar a buen fin esta aventura por bien de los territorios de ultramar y a mayor riqueza de nuestroamado Rey, a quien espero haya llegado mi agradecimiento a través de Monsieur Chirac.

Domingo, 9 de Octubre. Hoy hemos zarpado de Nantes a mediodía. La excitación por la partida y el ajetreo que provocan las faenas necesarias para realizar tal operación me han dejado exhausto. Mientras esto escribo se me van cerrando los ojos, así que dejo el diario por hoy.


Lunes, 10 de octubre de 1720. ¡Dios, qué alegre me siento! Mi corazón se inflama de satisfacción y eso que acabo de comenzar el viaje. En tan sólo dos jornadas he encontrado los motivos suficientes para estar en este estado. Le Dromadaire navega ligero. Es un buen navío ¡Dios quiera que el viento nos respete! La tripulación muestra interés por las dos plantas y trata de importunarlas lo menos posible. Imagino que el capitán ha sabido transmitir a sus hombres la importancia que la misión tiene. Estos cafetos plantados en ultramar darán grandes riquezas y bienes a nuestra corona. Por si fuera poco veo a mis dos pequeñas espléndidas y vigorosas. Espero que no sea un engaño de mi entusiasmo y que en verdad se mantengan así toda la travesía. Tanta emoción y alegría no me hacen olvidar a mi amada Marie Colombe, a quien echo mucho de menos. Tan sólo una pequeña nube oscurece mi felicidad. Cierto marinero, un tal Martín de nombre, no me inspira la suficiente confianza. Le he visto merodeando demasiadas veces cerca de los cafetos. Por suerte no me separo de ellos. Su acento me recuerda al de un viejo holandés que conocí hace años atrás. Espero que no venga encomendado por alguien para abortar mis planes. Estaré en guardia.

Marte, 11 de octubre. Día tranquilo y de buena navegación. El viento acompaña y el sol brilla con todo su esplendor. En pocas jornadas avistaremos las islas de Madeira. Las noticias serían todas espléndidas sino fuera por la desazón que me causa ver merodear al marinero Martín cerca del puente de mando. Espero que mi desconfianza no tenga sentido.

Miércoles, 12 de octubre. Todo sigue igual. Echo mucho de menos a mi mujer Marie Colombe y a mi hijo Jean Baptiste. Me acuerdo mucho de ella cuando veo las estrellas brillar en el firmamento porque sé que a ella le entusiasma pasar la noche mirándolas. Quizás las esté viendo al mismo tiempo que yo lo hago y eso me reconforta. Mañana avistaremos las islas de Madeira.

Viernes, 14 de octubre. Ayer jueves no pude escribir este diario. Los acontecimientos del día me dejaron traspuesto además de atareado hasta bien entrada la madrugada. Cuando fui a acostarme, el estado en que me encontraba me impidió empuñar la pluma. Lo acontecido fue como sigue: Durante la mañana pudimos divisar a lo lejos las costas de Madeira. En el puente de mando la satisfacción era total por la buena marcha de la navegación. Mis plantones lucían inmejorables, sanos y hermosos dentro de su pequeñez. Fue en las tranquilas horas del mediodía cuando avistamos un barco por nuestra popa. Navegaba rápido y a toda vela y no tardamos tiempo en distinguir el pabellón turco en su mástil. El capitán me anunció que se trataba de piratas argelinos bajo bandera del turco, lo cual no dejaba de ser extraño por estos mares. Su débil caños de proa escupió su saludo de fuego que quiso ser una amenaza para que el miedo nos entrará en el cuerpo. El capitán mantuvo la calma de la tripulación: mientras mantuviéramos la distancia poco tendríamos que temer; sólo podrían cañonearnos por su proa y ahí su capacidad de alcance era pequeña. Para alcanzarnos plenamente tendrían que virar a estribor y utilizar las potentes baterías de babor, pero tal maniobra nos daría el tiempo suficiente para alejarnos aún más. Mantener el rumbo y largar todo el trapo eran garantía suficiente de salvación. La tripulación faenó con entusiasmo a las órdenes de los oficiales: todo eran gritos de mando y ruido de silbatos. Ver a los recios marineros bretones largando velas y tensando cabos me emocionó. Como capitán de infantería me puse a las órdenes del capitán de navío por ver si era de utilidad mi experiencia, a lo cual el capitán respondió con hermosas palabras de agradecimiento y con el mandato de ponerme a su servicio si la posibilidad remota de un abordaje se materializaba. También me ordenó evacuar los acristalados cajones de los cafetos a mi camarote por evitar cualquier accidente del cual ambos nos pudiéramos arrepentir. Agradecí vivamente sus órdenes, tanto por lo que significaban de ayuda en caso de combate cuerpo a cuerpo como por el interés dedicado a los cafetos: sus palabras demostraron la importancia que para él también tiene el hecho de llegar a La Martinico con estas plantas vivas. La persecución continuó por espacio de varias horas y el comportamiento de Le Dromadaire no puedo ser mejor: la distancia se mantenía y diría, incluso, que aumentaba por momentos. Al mando de la nave pirata no debía de estar alguien con la pericia suficiente. El mismo hecho de haber aparecido por nuestra popa a sabiendas de que no nos podrían dar alcance demostraba o bien que el turco no era muy diestro en el arte de la navegación, o bien que no tuvieron otra posibilidad de elección. De pronto un cañonazo seco cruzó el aire. Al principio cundió cierto nerviosismo  pues desconocíamos de donde había partido el fuego. Un viejo marinero que se apostaba cerca de mí dijo que aquello sonaba a salva fría y que debía de provenir de un buque de guerra bien armado. Y así lo pudimos comprobar al ver aparecer por el estribor de nuestra derrota un viejo  pero imponente buque español. Sin duda los españoles estaban a la caza del pirata turco a quien habrían estado persiguiendo durante jornadas. La vista del navío español hizo que el turco virara bruscamente la huida pero poco pudo hacer ante la imponente batería de fuego de los españoles. En poco tiempo vimos la nave turca desprovista de su arboladura y a los españoles prestos al abordaje. Nuestro capitán había ordenado virar para no perder de vista al buque español y tratar de auxiliarles en cualquiera de las circunstancias que se pudieran dar. El abordaje fue innecesario ya que los piratas acabaron por entregarse. Mandó entonces nuestro capitán botar una barca y acercar una comitiva al buque español para dar las gracias a su capitán  por el auxilio prestado e hizo cargarla con varias barricas de buen vino bordelés como obsequio. Cumplido el protocolo volvimos a tomar el rumbo ya echada la noche. Por suerte la provisión de vino en el barco era abundante y de ella dimos buena cuenta cenando en el camarote del capitán junto con sus oficiales. Hoy viernes, el dolor de cabeza me ha tenido postrado todo el día. Afortunadamente, nada extraño ha ocurrido. Pienso en Marie Colombe y rezo para que Dios nos guarde de más peligros.


Sábado, 15 de octubre. Mis miedos hacia el marinero Martín vuelven a inquietarme. Lo veo merodeando en exceso bajo el puente de mando y encuentra cualquier excusa para acercarse a los plantones. He advertido de ello al contramaestre y ha tomado buena nota. Ni siquiera he podido disfrutar de las estrellas por miedo a que en mi ausencia Martín fuerce la puerta de mi camarote y acabe con mis plantas. Pido por ello perdón a Marie Colombe.

Domingo, 16 de octubre. Un viejo marinero de Dieppe que conoció a mi padre me ha comentado que ha oído a Martín hablar de la ciudad de Batavia y de las Indias de Oriente con conocimiento. Pienso, cada vez con más fuerza, que es un agente de los holandeses que quiere frustrar nuestro empeño de llevar el café a nuestras colonias de ultramar. Ciertamente, el éxito de mi propósito puede dañar considerablemente los intereses económicos de las compañías holandesas que mercadean en Europa con el café de manera casi exclusiva. He vuelto a hablar con el contramaestre y he puesto al tanto al capitán de mis temores. Ambos se han mostrado inquietos. No me separo de mis pequeñas ni un momento del día.

Lunes, 17 de octubre. El pérfido Martín no volverá a importunar a mis pequeñas. El capitán lo ha confinado en el calabozo para ponerlo a disposición de la justicia en el primer puerto francés que toquemos. El cargo de que se le acusa es atentar contra los intereses de la Corona, además de ofrecer resistencia a los oficiales del barco y herir, si bien levemente, a uno de ellos. Los hechos han tenido lugar justo después del almuerzo. Mis sospechas me han tenido, los últimos días, pegado a todas horas a mis plantones. Y así me encontraba en aquellos momentos. Pero el cansancio acumulado, la difícil digestión y el sol de justicia hicieron que cayera dormido. Para cuando me he despertado he visto a Martín metiendo la mano en uno de los cajones. Me he avalanzado sobre él y juntos hemos caído rodando por las escaleras del puente de cubierta. Rápidamente se acercaron varios marineros y oficiales que inmovilizaron al traidor, pero el daño estaba ya hecho: uno de los cafetos ha sido dañado y ha perdido una de las ramitas que tenía; además parte del cristal que lo protegía ha resultado roto. Me siento culpable no solo por haberme quedado dormido y haber relajado mi vigilancia sobre mis pequeños cafetos, sino también de no haber medido mi ataque hacia Martín pues a resultas de la violencia del encuentro la rama se rompió y el cristal se quebró. En su defensa Martin ha argumentado que simplemente quería ahuyentar a una rata que él le pareció se introducía en el cajón. De poco le ha servido la excusa al malhechor sino para aumentar la cólera del capitán que ha visto su orgullo herido ante la insinuación de que hubiese ratas en su barco. Ahora estoy en mi camarote mientras escribo este diario de navegación. Me encuentro lo suficientemente excitado como para no conciliar el sueño y lo único que se me ocurre es rezar para que todo acabe bién. Espero soñar esta noche con cientos de colinas preñadas de cafetos.
Viernes, 21 de octubre. Tres días llevo sin tomar la pluma. Tres días llenos de angustia y de temor. Cuando parecía que mis males habían acabado con Martín encerrado, nos despertamos el martes con un tiempo infernal que amenazaba tormenta. Y de la amenaza al hecho tan solo pasaron unas horas. A mediodía se desencadenó un terrible temporal que nos ha tenido en vilo hasta bien entrada la tarde de hoy mismo. Han sido tres días y me han parecido toda una eternidad, pero toda una eternidad en el más desagradable de los infiernos. La oscuridad era tal que  difícilmente distinguíamos el día de la noche. El agua entraba por todas partes. Las olas tan pronto nos llevaban a tocar los cielos como a besar los infiernos del mar. Nada estaba en su sitio, todo se movía. La tripulación trabajaba sin descanso intentando no perder el control de la nave ¡Solo Dios sabe qué hubiera sido de nosotros sin un navío como éste y una tripulación como la que tenemos! Tuve que asegurar en mi camarote los cajones con mis cafetos de la mejor manera posible. Aun así no pude evitar zarandeos y vaivenes que, mucho me temo, hayan dejado huella en las débiles raíces de mis plantas. Sobre todo temo por la vida de la que sufrió el ataque de Martín. Situaciones como ésta, si se repiten, acabarán con ella. Creo que fue ayer jueves cuando el capitán dio orden de aligerar la carga del barco y lanzar por la borda todo aquello que no fuera de utilidad. Nos hemos quedado con las provisiones justas para  lo que queda de viaje. Rezo por que al fin reine la tranquilidad que todos necesitamos. No veo el día en que arribemos a La Martinica. Ahora dejo la pluma cerraré el diario y subiré a cubierta. Las estrellas brillan en el cielo y cualquiera diría que hace tan sólo unas horas estábamos en las mismas puertas del infierno. Espero que Marie Colombe esté también mirando al cielo.


Sábado, 22 de octubre. Por fin un día con tranquilidad. Todos hemos recuperado la rutina de la navegación. El tiempo acompañaba, la marinería se afanaba en las labores propias de la derrota, el capitán y sus oficiales hacían y rehacían cálculos y operaciones sobre grandes cartas náuticas. Mis pequeñas han vuelto a recibir la luz del sol y la caricia del aire. Espero que les siente tan bien como a mí me han sentado.

Domingo, 23 de octubre. Hoy hace dos semanas que partimos de Nantes. En dos semanas hemos vivido demasiados contratiempos y aún queda gran parte por navegar. Espero que todo transcurra en tranquilidad a partir de hoy. He comenzado  a leer algunos de los libros que compré en París y a ello dedico gran parte del tiempo A ello y a mis plantones. Mañana será otro día.

Lunes, 24 de octubre. Nada nuevo. Todo sigue su curso. He intimado con el viejo marino de Dieppe y he disfrutado de historias sobre mi padre que ni yo mismo conocía. Tengo que charlar más con él. Sueño con ver a Marie Colombe y a Jean Baptiste.

Martes, 25 de octubre. Escribo por escribir pues nada ocurre. Me dedico a la lectura y a cuidar de mis cafetos. Todo sigue bien.

Miércoles, 26 de octubre. Nada. Leo y leo. Y entre medias me aburro.

Jueves, 27 de octubre. El viaje sigue su curso. La navegación es buena y eso me tranquiliza. Estoy disfrutando de la lectura del libro Voyage de L´Arabie Heureuse del caballero La Roque. Realmente he gozado de satisfacción cuando he leído los párrafos que el autor dedica a la compra de café en Mokha. Cuando pienso que mis plantas, nietas de esos cafetos de Arabia, van a extender su semilla por toda La Martinica y por las islas de Guadalupe, me entra una inmensa alegría de contribuir a la riqueza de la corona.

Viernes, 28 de octubre. He vuelto a disfrutar de la navegación. Definitivamente el libro del caballero La Roque me ha elevado los ánimos. Además, el viejo marinero Dieppe se ha descubierto como un gran músico: no hay branle, jiga, ni bourrée que se le resista a su zanfona. Música de otro tiempo, pero música alegre y del pueblo que me emociona al traerme buenos y viejos recuerdos.

Sábado, 29 de octubre. Hoy he vuelto a disfrutar de la música y de las bellas estrellas de la noche. Hoy dormiré pensando en Marie Colombe.


Domingo, 30 de octubre. Se adivina cierta excitación entre la tripulación. Estamos a pocas jornadas de alcanzar nuestro destino. El estado de mis plantones es bueno. Todo parece que va bien. Ansío ver a mi querida esposa y a mi hijo.

Lunes, 31 de octubre. Estoy desconcertado ante lo que acabo de presenciar. El capitán irrumpió en cubierta tras la cena, justo cuando disfrutábamos de la música del viejo Antoine. Sin razón aparente alguna dio orden de acabar con aquel festejo y mandó confiscar la zanfona del viejo marino. No he visto reacción más extraña en todo el viaje a nuestro capitán. Como estaba yo presente, y a sabiendas de que yo andaba entre los que disfrutaban de aquella música, el capitán moderó su enfado y se retiró murmurando a su camarote. Temo que algo le ronde la cabeza. Salvo eso, todo marcha bien. O eso espero.

Martes, 1 de noviembre. No me encuentro tranquilo. He visto al capitán nervioso y un tanto obsesivo sobre las cartas de navegación. Le he preguntado si algo ocurría y me ha manifestado su temor a que el viento pare. Me parece un hombre experimentado y conoce bien estos mares. Sería triste que habiendo llegado tan cerca de nuestro destino tengamos problemas. Ahora me explico ciertas actitudes de otros días. Rezo por que nada ocurra.

Miércoles, 2 de noviembre. El día ha sido tenso. Los nervios se notaban por todas partes a pesar de que la navegación no era mala. El capitán se mostraba huraño, los oficiales emitían sus órdenes desabridamente, la marinería murmuraba. Intenté hacer ver al capitán que el ambiente que se estaba creando no me parecía el más adecuado. Él, secamente, me agradeció la información y se retiró ¡De buena gana me habría tirado por la borda! Afortunadamente es un caballero y sabe comportarse. Por la noche nos sorprendió a todos al mandar devolver la zanfona al viejo Antoine. Al cabo de todo me había escuchado. Ya he dicho que es un caballero y sabe comportarse ¡Brindo por él!

Jueves, 3 de noviembre. Ocurrió lo que el capitán temía. Sobre el mediodía el viento cesó de golpe. Las velas se deshincharon y el intenso calor comenzó a apretar. Oí al capitán maldecir y mostrarse de mal humor con todo el mundo. Lo cierto es que si sus presagios se cumplen deberíamos temer por el éxito de la operación. La calma por estos mares puede durar poco tiempo, tan sólo unas horas; pero algunas veces el viento deja de aparecer durante días dejando a cualquier barco inmóvil. Durante el resto de la jornada ni una ligera brisa ha hecho acto de presencia. Tan cerca y tan lejos.

Viernes, 4 de noviembre. Calma absoluta. Estamos inmóviles en medio del mar. El sol cae de justicia y todos tratamos de evitar sus rayos buscando alguna sombra. El capitán ha ordenado racionar el alimento y limitar la ración diaria de agua dulce. Ahora nos acordamos de la maldita tormenta y de los barriles de agua y comida que tuvimos que echar por la borda. Me preocupa esta medida que, si bien necesaria, pone en riesgo la vida de mis cafetos. He comenzado a compartir mi ración de agua con ellos.


Sábado, 5 de noviembre. La calma es irritante y está comenzando a poner nerviosa a la marinería. Yo intento evadirme de la situación con lecturas apropiadas y las encuentro en las obras de teatro del maestro Molière. Esta tarde estuve enfrascado en la lectura de El avaro y bien que me provocó algunas risas que tuve que disimular  ante el severo ambiente que me rodeaba. Sigo compartiendo mi ración de agua con mis pequeñas. Rezo porque el viento vuelva.

Domingo, 6 de noviembre. La situación se complica. Hay ha habido varios conatos de pelea que los oficiales han sabido parar a tiempo. La tripulación está nerviosa y es normal que con tanta tensión acaben saltando chispas donde menos se espera uno. Una de las trifulcas la han montado dos marineros bretones al enfrentarse contra varios normandos por una nimiedad. Afortunadamente, el contramaestre estaba cerca y pudo evitar que llegaran a las manos lo cual, de haberse enterado el capitán, hubiera acabado con todos ellos en el calabozo. Hoy he oido protestar a un marinero por la ración de agua que doy a las plantas. Espero que su protesta no encuentre seguidores.

Lunes, 7 de noviembre. Llevamos cinco días sin ver el viento en las velas. La situación se complica en exceso. Calculamos que las provisiones de agua lleguen, con suerte, hasta el viernes próximo. Por ello el capitán a decidido reducir la ración diaria a un cuarto. Temo por mis plantas. El cafeto que sufrió la pérdida de una rama, languidece. No creo que aguante muchos días esta situación. Sigo compartiendo mi agua con ellas. Algún marinero me empieza a tomar por loco. Sigo rezando.

Martes, 8 de noviembre. Estoy desesperado. El cafeto herido demuestras de haberse muerto. He tomado la decisión de dejar de compartir el agua con él a fin de repartirla entre el otro cafeto y yo. Ciertamente que necesito esa agua. Llevo varios días que casi no bebo y hoy me he dado cuenta de quien corre grave riesgo soy yo.  Lo peor de todo ha sido tener que oír ciertos comentarios acerca del agua que he desperdiciado durante estos días en una planta que ha acabado por morir. No me he podido contener y me he enfrentado  al grupo que murmuraba reprobando la insensibilidad hacia el sacrificio que hemos realizado. Avisado el capitán de lo ocurrido, se personó en cubierta y dispuso un castigo ejemplarizante para los marineros que me habían importunado. Conseguí que el capitán levantara el castigo pues no me parecía oportuno enemistarme aún más con la marinería. Me siento débil.   

Miércoles, 9 de noviembre. Estoy débil y enfermo. El médico me dice que puedo sufrir una deshidratación y debo de beber más agua. Por supuesto he renunciado a que mi ración se incremente: cada gota de agua que yo beba de más, es una gota de agua que estoy robando de la tripulación. En vista de esto, el médico me ha rogado que deje de dar agua al cafeto a lo cual me he vuelto a negar rotundamente. He escrito una s sentidas cartas a Marie Colombe y a Jean Baptiste que he guardado entre mis papeles por si algo me ocurriera. Dejo de escribir por hoy. No tengo fuerzas.


Jueves, 10 de noviembre. ¡Gracias a Dios el viento ha vuelto a soplar! Al principio era solo una brisa, pero la emoción de oír las velas redoblar nos ha puesto a todos en excitación. El capitán ha comenzado a dar órdenes sin descanso. Se le veía entusiasmado y no hacía nada más que repetirme cada vez que se cruzaba con migo que los vientos favorables llegaban. Me asombra la seguridad de éste mi capitán. Al poco rato las velas se hincharon y Le Dromadaire comenzó a quebrar con su quilla lo que, hasta ese momento, había sido una cárcel de cristal. Pronto avistaremos La Martinico. Espero que aguantemos mi pequeña y yo.

Viernes, 11 de noviembre. Los vientos favorables continúan. Aunque el agua escasea, sabemos que estamos cerca de nuestro destino. Tengo las fuerzas justas pero sé que lograré mi empeño. Pronto veré a Marie Colombe.

Sábado, 12 de noviembre. Escribo en el diario al medio día. Ëstas van a ser mis últimas frases. Hemos avistado la costa de Guadalupe. Allí me esperan mi mujer y mi hijo. Pero primero hay que llegar a La Martinica. He mirado a mi planta de café. He mirado la tierra que se me ofrecía ante mis ojos. He llorado.

***

Gabriel Mathieu de Clieu nació en 1687. Su padre, consejero real, murió cuando él tenía dos años. Tutelada su educación por su tío, consiguió el grado de aguamarina a la edad de 15 años. Destinado a La Martinico alcanzó el grado de capitán de infantería. Fue alli donde se casó con Marie Colombe de Mallevault en 1711. con ella tuvo un hijo, jean Baptiste, nacido en 1717. Un año después fue nombrado Caballero de la Orden de San Luis. Fue en 1720 cuando, estando en París, logró convencer al director del Jardín des Plantes, Monsieur Chirac, de dejarle embarcar hacia Las Antillas con brotes de café que luego él pudiera plantar allí. El entusiasmo de ambos logró convencer al Monarca Luis XV que vio con excelentes ojos la aventura.

Así embarcó en Le dromadaire y, tras un azaroso viaje, consiguió llegar a La Martinico y plantar el único cafeto con vida que le quedaba. A los dieciocho meses los frutos de aquel primer cafeto sirvieron para plantar algunos más. Y así comenzó todo.

A lo largo de su vida siguió sirviendo a la Corona en diferentes cargos, el más destacado el de Gobernador de la isla Guadalupe.

Enviudó varias veces. Casó otras tantas. Acabó sus días en Francia en 1774. Días antes de su fallecimiento, Luis XVI le honró con la Gran Cruz de la Orden de San Luis.

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